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ACABABA de enterarme de lo de Matas cuando llamaron a la puerta. Les abrí como curro, en pijama y Hush Puppies con perrito, pero por la cara de aquellos niños supe que me estaba gestando una leyenda. Iban disfrazados a conciencia, pero lo de ‘Truco o trato’ se quedó en apenas un susurro. En casa no había ni un triste caramelo, pero fingí interés abriendo una bolsa del super que descubrí a mis pies. Reconozco que hace años que dejé de seguir Halloween, o casi que a sus brujas putas, enfermeras sangrientas putas y niñeras asesinas putas. No hubo suerte: un paquete de servilletas papel y cuatro cebollas. Se me debió quedar la cara de Michael Myers pero sin careta, y se largaron corriendo, quizá hasta otro portal, o hasta otra isla.
Suponemos que Jaume Matas llamó a casa para decir que le soltaban, porque si no la cara de su familia al llamar a la puerta debió ser de antología. Michael Myers, el asesino creado por John Carpenter que también reaparecía en Halloween, es al cine de terror lo que Jaume Matas a la corrupción política, un precursor tanto de sus propias secuelas o piezas separadas, como de toda una sucesión de malignos enmascarados. Pensamos que es muy difícil meter a un político en la cárcel, pero ni siquiera imaginábamos lo que iba a costar que se quedara. Las puertas giratorias también escupen para fuera, y en una de estas nos han devuelto a Matas.