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RECOGÍ a mi amigo Seamus recién aterrizado de Dublín y le metí en un gabinete de crisis. Cuatro mujeres insultaban al ex novio de una al que había pillado con otra. La afectada sacó un pendiente del monedero y lloró un poco. Un pendiente de puta, concluyeron. Tomé una nota mental: a las amantes se le caen las cosas, y traduje a Seamus lo que pude porque mi inglés es pobre en amputaciones. Al poco se acumularon los casos y las chicas quisieron saber qué tenía que decir Irlanda de todo esto.

Seamus, a quien había visto hacer un striptease en un bar con una pegatina del Sinn Fein en los genitales, desdeñó el débil carácter Mediterráneo y las chicas asintieron. Luego sacó a pasear los diez hijos de su tatarabuela, los catorce de su abuela, y quizá también a algún obispo protestante. Y cuando creí que ya no le quedaba vergüenza, sacó su tableta y puso El hombre tranquilo. Cuando John Wayne participa en una carrera de caballos entre una playa y unos campos, paró el vídeo y dijo: «Estos terrenos son de mi abuelita».

El hombre tranquilo, en EL MUNDO