ESTA SEMANA el gobierno catalán decidió otorgarme la mayor distinción que se ve capaz de concederle a un gallego. Cuando creía que vivía en Ibiza por algo parecido a un accidente aéreo, como los pasajeros de Lost, resulta que un conseller de la Generalitat me anunciaba que yo era catalán perdido, y que los aragoneses y valencianos también. Y entonces me vi como el ex leproso de La vida de Brian, que decía que se había quedado sin empleo por culpa de Jesús: «Estás curado, macho, así, sin preguntar ni nada».

Recuerdo que cuando llegué a Pamplona me había pasado una temporada tratando de ser vasco. Me metía en los bares cantandoSu ta Gar en perfecto euskera y sin entender ni papa. Aquello me permitió hacer unas amistades curiosísimas, que al poco se aprendieron la Rianxeira, como en un intercambio de banderines en el centro del campo. Lo dejé porque era incapaz de echarme una novia euskaldún con la que completar mi obra. De hecho me salió una de Algeciras, que aplacó mis ansias nacionalistas como Juanma Bajo Ulloa explicaba la ETA: «Si follas, no pones bombas».

La semana que fui catalán, en EL MUNDO