Hay un momento en la vida de todo hombre de mi generación en el que la llegada del carnaval convierte tus redes sociales en una sucesión de niños disfrazados de insectos y superhéroes, donde otrora había posados de brujas putas y enfermeras sexys. Pero no es ese momento del que quiero hablar. Es otro. Cuando querrías conocer a la animadora que acompaña a tu compañera de orla, y descubres en el epígrafe el etiquetado: «Con mi madre».

Hay un momento realmente terrible en la vida de todo hombre de mi generación en el que un balón se cuela por encima la valla de un cole, y te asalta una sucesión de «señor, señor», como collejas que te van empujando hacia la pelota, y es entonces cuando descubres el nacimiento de la curvatura de anciano. Pero no es ese momento. Es el otro. Cuando a tres pasos de CR7 de la pelota, perfilas la pierna, e inclinas el cuerpo hacia atrás unos 28 grados, y llenas los pulmones de orgullo, hasta que una voz de primero de ESO presiente una catástrofe: «¡Con la mano!».

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