Mi padre falleció un 6 de marzo de hace 14 años en un asiento 7 de una fila 5 de un campo de fútbol. Un hecho insólito considerando que va camino de los 80 en perfecto estado de salud. Al igual que los hijos crecen en la intimidad de noches de fiebre, los padres se consumen a simple vista, mientras mascan un palillo delante de la tele, mondan una naranja o, como es el caso, se plantan en una final de Copa con el Deportivo.
El hombre emprendió su viaje hacia el más allá en un autobús desde Galicia, portando una muda y un paquete de galletas enriquecidas en fibra. Su pasaporte era un Bernabéu gigante que le brotaba del periódico, y que se le arrugó al abrazar al hijo emigrante, que tardó en reconocer en aquel anciano repentino al tipo que le llevó a hombros hasta la adolescencia, y que le instruyó en el Real Madrid, el mayor impostor de todos los tiempos.
Un cadáver en el estadio, en el suplemento Papel de EL MUNDO