Creía que iba a ser como lo de esos futbolistas que visitan el Bernabéu y, antes del partido, salen a pasear en traje por el césped a hacerse selfies; o la recreación de una nave espacial en una exposición futurista, en la que es posible simular un viaje por la galaxia. Pero no tuvo nada que ver. Visitar un paritorio con once embarazadas es como acompañar a un grupo de judíos a familiarizarse con una cámara de gas; o a un condenado al corredor a perder el miedo escénico a los tubos por los que discurrirá el veneno de la inyección letal.
Observo con admiración la fe y el interés científico de las primerizas que caminan a mi lado con paso perezoso, como astronautas por la superficie de una luna. Hacen preguntas, se paran por turnos en todos los cuartos de baño del hospital, abren el bolso y se comen una baguette rellena de salchichón con queso, o una napolitana de crema.