El día que se despeje la equis con la que se denomina a mi generación estoy seguro de que dará como resultado una tele. Durante largos periodos de mi vida, mis padres, agotados, delegaron mi educación en Espinete, la Bruja Avería o Mayra Gómez Kemp. Por la noche completaban las lecciones con breves comentarios frente a la pantalla. Una especie de notas a pie de página con las que censurar al malo o la droga en las películas. Suficiente para sobrevivir en la Galicia de los ochenta. Si salía una escena erótica mi padre sustituía las notas a pie de página por un bailecito delante del televisor, que hoy podría convalidarme una titulación de niño de la postguerra.
Mi infancia transcurrió en un ambiente de libertad que alcanzó el Clásico. No sé si mi padre, y todos aquellos tipos que llevaban pantalones campana y hacían hijos, estaban embriagados por la recién estrenada democracia, o por el destape, o por el felipismo, o por sabe dios qué, para que la cabeza de una familia barcelonista me animara a ser del equipo de fútbol que quisiera y sin imposiciones.