He oído hablar de un bar de copas con fútbol de pago al que le han puesto un parque de bolas. Me cuentan que a las cinco de la mañana los padres rescatan a sus hijos dormidos del fondo de las piscinas como quien extrae el tapón de la bañera. Pero a mí no me tocó ir allí, sino a una casa en la que, después de comer, un niño tocó el contrabajo, y luego otros dos el fagot. Por suerte a esas alturas ya había destilados sobre la mesa, que hacían más llevadero el concierto, y el cumpleaños infantil, y también la paternidad. La paternidad de otros. Porque la mía dormía en un carro, disfrutando de un protagonismo inerte.
Afuera había otros niños tirando a la canasta, y junto a la tele reconocí la voz de Manolo Lama retransmitiendo un partido inventado. Un grupo jugaba al Fifa 2017 en la Play y decidí acercarme por allí. Agarré la carátula haciéndome el padre enrollao. Salía James Rodríguez. Y dije: «La última vez que jugué salía Roberto Carlos«. «No sabemos quién es». A los nueve años también se puede ser muy hijo de puta. Busqué a mi mujer con la mirada, porque a los nueve años puedes jugar a la Play siempre que quieras, pero cerca de los cuarenta necesitas ciertos permisos. Entre ellos una mirada que no diera por finalizado el sexo en 2016.