Cuando empecé en esto del periodismo mi primera tarea consistía en recoger a mi redactor jefe del suelo a altas horas de la madrugada y ayudarle a llegar hasta su casa. Casi todo lo que necesitaba saber sobre la profesión lo aprendí en ese trayecto y por boca de un alcohólico. Le contemplé durante horas teclear con un solo dedo como un pájaro carpintero, ejerciendo un malditismo de colillas dislocadas y vasos que simulaban dictar el mejor texto del día.

En su momento llegué a definir el triunfo como tener a su edad a alguien que me recogiera del suelo, pero en su lugar lo que tengo es un pulsómetro conectado a la red de satélites rusa GLONASS. En De qué hablo cuando hablo de correrMurakami reflexiona sobre su falta de talento, envidia al genio maldito, y se justifica por tener que estar en plenas facultades físicas para sacar adelante los textos.

Freud con pulsómetro en EL MUNDO