Cuenta Roberto Bolaño que aquella mujer entró en su tienda de bisutería en Blanes, curioseo durante apenas unos segundos, y se marchó para siempre. Sabemos que el escritor chileno se enamoró de ella por dos párrafos que aparecieron perdidos en un documento de su ordenador que abrieron después de muerto. A veces no hacen falta más que unos segundos para vivir una historia de amor, incluso para que sea eterna en un documento de Word, especialmente si nadie lo lee.

Todos tendríamos amores platónicos de no ser por el historiador Jay Kennedy, que dijo que habíamos interpretado mal al filósofo, y que en realidad estaba en contra del amor espiritual sin sexo. Sin filosofía, lo que nos queda es la antropología, y un impulso natural que nos lleva a querer conocer o contemplar la belleza en cualquiera de sus formas. La cajera del banco que nos dice siempre que no hace falta que hagamos cola, que eso se puede hacer en el cajero; la presentadora del telediario que al acabar baja la cabeza para quitarse el pinganillo de la oreja; la chica que lee de pie en la orilla de la playa; la que corre por el puerto con una visera que solo te permite ver sus labios. Aunque siempre es mucho mejor la idea que uno se hace de lo que no ve.

Literatura infiel en EL MUNDO