ONCE años después de la catástrofe, la marea ha devuelto al ministro del Medio Ambiente del Prestige, Jaume Matas, rociado de gasolina y con un juez de apellido gallego apurando las caladas de un piti.
Cuando las tripas del barco congelaban bencina a 3.850 metros bajo el Atlántico, el pueblo hizo a Matas presidente balear y pulpo, porque tenía que expulsar del gobierno al primer mono blanco que sacó billete para hacer turismo de chapapote.