CON LA excusa de que podría perder su condición de vasco, Xabi Pérez se tragó en el piso de estudiantes de Pamplona una cucharada de habas crudas a remojo y un escalope empanado que le servimos directamente del congelador.
El profesor inglés David Isaacs ya había advertido en una de sus clases de que la mejor manera de meter cien vascos en un seiscientos era diciéndoles que no podían. Pero el caso es que a los veinte años la cosa también funciona con asturianos y gallegos, al menos con un asturiano y un gallego, cuando nos vimos con Xabi Pérez metiendo los pies en la playa de la Concha a las cinco de la madrugada, tras un arrebato en plena noche que nos llevó a conducir de Pamplona a Donosti en vísperas de los finales de febrero, por el temor de que por pusilánimes se removieran los cimientos de la catedral de Santiago y Don Pelayo en su cripta de Covadonga.