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HUBO UN tiempo en el que las novias me duraban una legislatura. De hecho una de ellas me dirigió por primera vez la palabra el día de la investidura de un gobierno progresista. Analizaba la estabilidad del pacto mientras mi mente viajaba por ciudades europeas en las que la cogía de la mano y comprábamos imanes para poner en una nevera. No sé. Fueron tiempos felices.
Entonces iba mucho por los plenos municipales, a los que solo asistíamos dos o tres periodistas. Se aprobaba el presupuesto de fiestas, se adecentaba el adoquinado, se soterraban cables. El compañero más veterano solía dormir a partir de la tercera hora. La transparencia a veces puede ser tediosa. Y entonces los concejales se hacían señas e iban aprobando cosas en voz baja.