Martes

Alguna vez he pensado que si tuviera una máquina del tiempo no tendría ningún sentido viajar al salvaje oeste. La decepción de no encontrarme con Clint Eastwood con su cigarrillo entre los dientes y un poncho mejicano a 50 grados a la sombra iba a ser tremenda; o a Lee Van Cleef con un ojo verde y el otro azul viéndome llegar mientras amaga con llevarse la mano derecha a la cartuchera. Esa en la que le faltaba una falange en el dedo corazón.

Pero lo peor sería no viajar justo al instante en que Eli Wallach corre por un cementerio circular de Nuevo México para buscar un tesoro escondido en una tumba al ritmo de ‘L’estasi dell’oro’ de Morricone. Aunque fuera la versión de metálica.

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