Miércoles

Paseo por el puerto de Ibiza. Me informan de que los multimillonarios megaricos también tienen problemas. E incluso los que están por encima de estos, y a los que no hay forma de ponerles nombre, como el príncipe Abdul Aziz bin Fahd Al Saud, último hijo del fallecido Rey Fahd de Arabia Saudí. De hecho tendría más sentido crearles un grupo cuyo nombre no tuviera que ver con el dinero.

A Abdul le encanta entrar con su Rolls Royce blanco en su yate, el Prinze Abdulaziz, de 147 metros de eslora, más o menos como meterte en un Santiago Bernabéu y medio. A algunos de sus invitados, un grupo de príncipes de sabe dios dónde, a los que pone un Mercedes por cabeza y servicio de chofer 24 horas, les gusta fumar en cachimba en la terraza del Mambo. A mí también. Los tipos beben rápido y dejan buenas propinas. Comentan con el camarero que han cambiado de atraque. Ahora se han ido lejos del centro de la ciudad porque el Ayuntamiento ya no le deja entrar al barco con el Rolls. Y que tenía que caminar 400 metros rodeado de su séquito por delante de todo el mundo, en plan Sacha Baron Cohen en ‘El dictador’. Y que le daba cosica, aclaran, pero no con palabras, sino como si tragaran zumo de limón.

Concierto para marihuana en EL MUNDO