Hace tiempo que sé que soy un desastre como periodista del corazón. Una vez me acosté tardísimo porque tuve que ingresar en urgencias a Ernesto de Hannover, y cuando me desperté no había ningún medio que no me hubiera pisado la exclusiva. No fue dejadez. Es que no tenía ni idea de que fuera noticia. Me interesa poquísimo la vida privada de los demás y casi nunca sé qué es lo que tengo que preguntar. Esta semana una periodista le preguntó a una modelo en un photocall que cómo titularía esta etapa de su vida, y me entró un ataque de risa, hasta que me di cuenta de que yo tenía todas las etapas de mi vida sin titular.
Después recordé que casi todos los niños de 40 años contamos la vida en ligas de fútbol, como si todos naciéramos un poco en septiembre. Tus mejores diarios son esas libretitas que había con el calendario de las jornadas. Y casi toda tu infancia puede contarse desde un bar en Galicia cubierto de serrín, al que entrabas con tus padres a última hora de la tarde, como caminando sobre nubes y con lágrimas de paraguas, para esperar a que llegara el folletín con los resultados. El otro día le pregunté a mi padre si cuando llovía todavía echaban serrín, pero me respondió que ya no llueve.