Tengo una amiga de cuarenta y tantos años que el próximo 29 de marzo se va a echar novio. Al menos eso lo que esperamos todos. Lleva como un par de lustros buscando pareja y parece que por fin ha encontrado a un tipo agradable y atento, que se traduce en que presta atención a lo que le cuenta y parece entenderlo. El hombre es divorciado, de unos cincuenta años, y se dedica a construir algo así como naves industriales. También tiene un niño y una niña acabando la adolescencia. Por la foto que nos enseñó, una que le hizo ella misma en una lancha en Grecia, donde se conocieron este otoño, parece guapete y hasta buen tipo, quizá por una gorra azul que le daba cierto aire a Pocoyo. El 29 de marzo volverán a verse y ella resolverá sus dudas, o su duda, y es que al parecer el tipo es extraordinariamente aburrido.

 

Para mí un tipo de 50 años que hace naves industriales, con ex mujer y dos hijos adolescentes en custodia compartida, solo puede ser capaz de aburrirse si ha logrado la excelencia. Julio César Londoño, en un artículo de El País con este mismo título, advertía del peligro de las personas divertidas. «Son proclives a las fiestas, las compras y los tiros al aire. Se enamoran al primer click y el amor lleva al matrimonio, un sacramento salao que solo produce gastos, frigidez, familia política, niños, perros, plantas, divorcios y otras calamidades».

Elogio del aburrimiento, en EL MUNDO