En la pastelería empiezan a saber demasiadas cosas sobre mi vida. María, la dueña, no solo es mi vecina pared con pared, lo que ya le aporta demasiada información, sino que cada vez que encargo una tarta me veo obligado a dar un montón de explicaciones sobre mi intimidad, con lo fácil que le sería leer mis columnas.

Desde que el fondant entró en mi vida ya no sé celebrar un cumpleaños de mi mujer sin encargar una tarta temática que nos describa, que evoque algún recuerdo o exprese algún sentimiento. Antes valía con escribir un poema. Ahora el poema tiene que ser comestible. Pero la última tarta ha estado a punto de costarme el divorcio. No conozco a nadie que se haya divorciado por una tarta, pero de haberse descubierto el pastel la noticia se iba derechita a Forocoches.

Fondant en EL MUNDO