Lo he comprobado y el listado de astronautas a los que les está costando la reentrada en la atmósfera es larguísima. Gistau trataba el otro día de entender cómo alguien como Pedro Duque, capaz de cumplir «semejante fantasía infantil» se metía ahora en la «ciénaga miserable de la cotidianidad política». Y recordaba que peor había sido lo de Jim Irvin, quien tras conducir su todoterreno por la superficie lunar dedicó el resto de su vida a buscar el arca de Noé por el monte Ararat.
A Alan Bean le dio por pintar, pero siempre el mismo cuadro. A Edgar Mitchell por creer en los extraterrestres, y en que le curaron un cáncer de riñón por sanación remota mandándole ondas cerebrales. Lisa Novak intentó secuestrar y asesinar a una ingeniera de la NASA con la que se había largado su pareja y compañero de tripulación del Discovery. En Rusia todavía se preguntan de qué se estaban descojonando Dobrovoisky, Vlokov y Patsayev cuando sacaron sus cadáveres de sonrisa congelada en perfecto estado de la Soyuz XI en 1971.