Leo con cierta decepción que los científicos cifran en tres años y medio el momento en el que el ser humano archiva su primer recuerdo. El mío es una camiseta del Narajito del mundial del 82, lo que significa que ya tenía cinco años, y también que no debía ser un niño muy espabilado, o el mundo un lugar muy poco interesante. Es un recuerdo absurdo. De hecho es probable que ni siquiera sea un recuerdo real. La memoria es caprichosa, ya lo explicaba Groucho Marx: «¿Que por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho me recuerda a ti más que tú».

Lo digo porque estoy haciendo unos esfuerzos verdaderamente absurdos por compartir el mundial con mi hijo de dos años, como si dentro de cuatro pudiéramos comparar la evolución de algunas selecciones. El calendario ha querido que la mayor parte de los partidos le pillen en la siesta o a punto de irse a la cama. Entonces le hago una foto con el móvil y la tele de fondo, para que de mayor no pueda culparme de haberle privado de vivir el Suecia-Corea.

Una droga en EL MUNDO