Mi amigo Mariano, nombre real, decía que la montaña de la salinera de Ibiza era el mejor lugar de la isla para esconder cocaína. Cada vez que íbamos a la playa señalaba la montaña de sal y, con la misma mano, me daba un manotazo en el pecho, como para recordarme que, una vez más, estábamos palmando pasta por culpa de ir a la playa. A veces las cosas no son lo que parecen, y ya no digamos nosotros cuando las vemos.
El otro dia escuché a un ex yonqui decir que la Galicia de los ochenta era una abuela en el campo con una vaca, a la que le ibas a comprar una papelina de cocaína. Me acordé de él esta semana al ir a la tienda de la señora Catalina, el colmado que tengo al lado de casa en el que se compran desatascadores, rastrillos de playa, pavos rellenos, piedras pómez, sacos para el pan, pijamas de caballero de manga corta y botones, turrón y bragas de cuello vuelto. También se consigue curro, se cuidan bebés y probablemente se tramiten pasaportes falsos.