Yo también era de esos. Era ver un niño de dos años en la mesa de un restaurante, apalancado frente a un móvil o una tableta, mientras sus padres charlaban animadamente entre copas de Godello, y venirme a la cabeza los pinochos eléctricos que creo Spielberg en Inteligencia Artificial, donde la humanidad podía satisfacer sus ansias intermitentes de paternidad con un interruptor.
No entendía que no aprovecharan para conversar. Para enseñarle cosas importantes de la vida, como que nadie te regalará nada, y no todo el mundo es bueno; que ahí fuera hay tipos que usan pijamas con botones y la @ para indicar los dos géneros. Por su actitud auguraba niños hiperactivos, y futuros adolescentes con gorra gigante, y adultos pintados de mandalas.