Yo es oír campaña electoral y pensar en comida. Empiezo a salivar, como el perro de Pávolv, con la pegada de carteles. Me entrenaron así de niño porque en San Lorenzo de Piñor las mejores meriendas se daban en los mítines. Hasta diría que las campañas electorales figuran entre los mejores recuerdos de mi infancia, o entre los mejores sabores de mi infancia, con aquel pan de hogaza sobre el que posaban rodajas de embutidos de matanza, que me insertaba cual máquina tragaperras.

Los partidos daban el mitin en el palco de la música. El pueblo escuchaba las arengas y las promesas y luego merendaba. En función de la calidad del producto decidíamos el voto, incluso los que no podíamos votar. En Galicia una mala merienda podía condenar a cualquiera a la oposición.

La piscina en EL MUNDO