Ver amanecer es una de las peores cosas que uno puede hacer por las mañanas. Por culpa de eso, mi padre, dice que una vez vio un Ovni. También puedes encontrar pareja, o perderla, porque lo que parece una buena decisión a las tres de la madrugada casi nunca lo es a las siete. A esa hora, con las calles mojadas y una melodía de escobillas del camión de la limpieza, aciertas por agotamiento, porque hay que estar muy lúcido para fracasar en la oscuridad.
Por eso nunca tomo decisiones importantes en esos aeropuertos que nunca duermen, y la gente sobrevive con luz artificial, en un eterno mediodía de Duty Free. O en los aviones durante un trayecto largo, en el que ves amanecer y anochecer sin sentido, porque pienso lo mismo que John Glenn orbitando la tierra en un cohete del tamaño de una cabina telefónica, que Dios hizo cada parte de mi cuerpo con el proveedor que le ofreció el presupuesto más barato.