El sábado pasado Mathias se levantó muy temprano, o muy tarde, para los que estábamos en Galicia y no en Montevideo. Había repasado el discurso en la cabeza y se marchó a la panadería del abuelo, en el barrio de Conciliación, con la embarazosa misión de quitarle una pistola. Supongo que uno descubre que tiene 85 años cuando nadie más sabe apreciar que has tenido una idea brillante.
Mucho antes, como setenta años antes, había tenido otras ideas brillantes, como cuando decidió ir a las fiestas de Tamallancos y conoció a Milucha, la mujer de su vida. Y le preguntó si quería bailar, como tantas otras veces en las que sin querer acabas preguntando si quieres embarcarte en la aventura del resto de tu vida.